sábado, 7 de noviembre de 2009

SEXO ANAL CONTRA EL CAPITAL


Al final, la vida se reduce a eso. A dar por el culo y a que te den por el culo. Activo, pasivo. Activa, pasiva. Dos actitudes radicalmente distintas y que, sin embargo, en algunas personas resulta perfectamente intercambiable, se dan con la misma alegría con la que se dejan dar. 

Por decirlo de una manera directa, en el caballo desbocado de la actualidad, la cuestión será anal o no será de ningún modo. Lo sabe todo el mundo. Lo saben hasta los moros. De hecho, especialmente los moros. Y no seré yo ahora quien descubra que fueron los griegos, siempre una y otra vez los griegos, quienes encontraron en la feliz, otros dirán feroz, sodomía el verdadero placer sexual, dejando el froteo vaginal para la no por fundamental menos engorrosa tarea de procrear.

Lo decía el otro día, medio en broma, medio en serio, un amigo mío gay. Desde que el común de las mujeres ha decidido masivamente dejarse dar por el culo el porcentaje de heterosexuales que potencialmente pueden caer en sus redes por el enigmático morbo de dar o que le den por el culo ha disminuido considerablemente. Y, entonces él, medio en broma, medio en serio, como casi siempre hace todo, al menos cuando está contento o, más bien, quiere, se esfuerza, a veces hasta demasiado, por parecerlo, va diciendo por ahí, en los bares y en las tiendas, por lo bajinis, y otras a voz en grito, esa, esa, esa se deja dar por el culo. Y nos reímos todos, especulando mentalmente con que si esa chica que pasa por la calle efectivamente se dejará dar por el culo por su novio o por quien le corresponda.

Confieso que durante dos semanas mas o menos después de que mi amigo gay me hiciera este comentario sobre las tías que se dejan dar por el culo me he pasado más de una tarde observando a todo tipo de mujeres, altas, guapas, gordas, pequeñas, maduras, midiendo sus patas de gallo cuando se ríen, calculando mentalmente el ángulo que dibujan sus ingles al sentarse en las sillas, tratando de aplicar la trigonometría obtusa a la ciencia inexacta de saber si una determinada chica se ha dejado, se deja o, en un hipotético caso, se dejaría dar por el culo. Y, en algún caso afirmativo, aventurarme a hacer las siempre y hasta cierto punto odiosas comparaciones con los grititos de placer que suelta… Ella cuando… (Esta es la parte del relato que se supone que me tiene que dar, como mínimo, un poco de vergüenza). 

Cómo no, existe una Ella, estaba tardando en aparecer, siempre Ella. Porque hay una eternamente fugaz Ella, de la misma manera que siempre hay un acogedor Nosotros y un ajeno y traidor Ellos. Aunque, y Ella lo sabe, Ella es, en un momento dado, la única importante, porque lo es todo a la vez y, sí, lo han adivinado, Ella se deja…

Pero resulta del todo intrascendente y hasta cierto punto grosero que trate yo aquí de describir a mi Ella, porque lo único importante es saber en que medida, o tal vez debería decir en qué postura, mi Ella se parece a vuestra Ella. 

Dicho sin rodeos, es usted, querido lector, ¿activo o pasivo? Aunque, tal vez y tiene todo el derecho del mundo, pueda sentirse intimidado ante mis preguntas y prefiera hacer oídos sordos a una serie de historias que tienen un mismo denominador comun. La cosa es muy sencilla. Todo se reduce a dar y/o dejarse dar por el culo.       

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