domingo, 17 de enero de 2010

EL PALINKAZO DE LA MUERTE (IV)


 

Al acabo de un tiempo que era incapaz de precisar desperté sobresaltado. Estaba en una habitación oscura y húmeda. Mi torso se hallaba incrustado en algo que se parecía a un tablón de madera y apenas podía sentir mis extremidades. Sin embargo, nada me dolía y, en cambio, sentía un dulce aliento de origen desconocido recorriendo suavemente mi cuerpo. Alcé la cabeza como embriagado por un sueño lúcido y placentero en el que se mezclaban claramente voces y fragmentos de imágenes del pasado con una pasmosa naturalidad. Las luces se encendieron interrumpiendo el artificio de repente y el grito que di pudo escucharse a varios kilómetros a la redonda. Por fin, me hallaba cara a cara con mi desgracia. En efecto, mi cuerpo, o lo que quedaba de él, no sólo estaba incrustado en un viejo tablón de madera sino que tanto mis piernas como mis brazos habían desaparecido. En su lugar había unos muñones perfectamente cosidos. Curiosamente, seguía sintiéndome estupendamente y apenas notaba unas ligeras molestias alrededor del cuello.

- Ah, ya se ha despertado usted, lo celebro, dijo Dimitrescu desde el otro lado de la habitación. Pensé que no lo iba a hacer nunca. ¿Está cómodo?

- Viejo bribón, ¿qué ha hecho usted conmigo? ¿porqué ese ensañamiento hacia mi persona?

- Nunca subestime a un viejo moldavo y jamás ose poner en duda los encantos salvajes del Palinkazo de la Muerte. Sí, amigo mío, usted a probado el placer prohibido del Palincazo de la Muerte, un néctar reservado a los dioses de las tinieblas, un brebaje destilado en la conciencia atormentada del pueblo moldavo. Acertaba, querido amigo, antes cuando sugirió que logramos expulsar a los turcos de nuestras tierras pero no de nuestros corazones. Para derrotar al Gran Turco hubimos de convertirnos en turcos o tal vez en algo aún peor. Cruzamos por pura supervivencia la línea que separa al hombre de la bestia. Vencimos al enemigo con sus propias armas y cuando quisimos darnos cuenta la sangre de los muertos atronaba nuestros oídos y anegaba nuestros corazones. Las noches se convirtieron en un martirio de gritos y sollozos y durante el día nos perseguían las imágenes desoladoras de los hombres empalados. Fue entonces cuando surgió la fórmula mágica del Palinkazo de la Muerte.

Por un instante, quise gritar a aquel hombre que se dejara de meandros históricos y fuera directo al grano. Pretendía forzarle a dar una explicación rápida y concisa de los hechos. Sin embargo, de mis labios salieron palabras muy distintas.

- Déme otra vez ese brebaje y déjese de historias, esto que hace usted conmigo no tiene nombre…, dije rompiendo a llorar desconsoladamente.

Dimitrescu se apiadó de mi y escanció un buen vaso de Palinkazo de la Muerte. Me lo acercó cuidadosamente a los labios y observó cómo el líquido traspasaba mi garganta. Poco a poco mis músculos se fueron relajando y mi cabeza parecía descender por un aterciopelado manto de placer. Mi vista se nubló y dejé de ver a mi interlocutor pero nunca de escucharle.

- Se equivoca usted, sí que tiene un nombre lo que estoy haciendo con su cuerpo. De hecho, se llama proceso de consolidación y es el elemento clave de la producción masiva del Palicazo de la Muerte. En la receta que nos legaron los antiguos se especifica claramente que para elaborarlo es necesario destilar primero los brazos y las piernas de un joven romántico empedernido. Gracias a estos elementos indispensables se obtiene ese efecto embriagador en que se halla usted sumido. La famosa borrachera del Palinkazo de la Muerte. Un millón de veces más provechosa que la vino, pues la locuacidad del individuo que lo toma se mantiene en el tiempo sin que lo amenacen ataques de modorra o el ya clásico sentimentalismo abrasador. Un millón de veces más interesante que el hashish, ya que se puede tomar una y otra vez aumentando las alucinaciones sensitivas sin miedo a caer en un abotargamiento estúpido y paralizante. Y, por supuesto, un millón de veces más convincente que el opio, la madre de todas las drogas, ya que permite deslizarse por las fértiles laderas de la ensoñación sin peligro de caer preso en sus crueles garras vengadoras. 

El Palikazo de la Muerte es la mejor droga que existe en el mundo y, como es lógico, es el secreto mejor guardado del pueblo moldavo. Este licor nos permitió dejar de pensar y seguir viviendo. Este brebaje evitó que nos convirtiéramos todos en muertos en vida pero, paradójicamente, perpetuó nuestra condición de asesinos. Si se pregunta usted por el secreto del Palikazo de Muerte, busque la respuesta en su propio amor no correspondido. Ese es el verdadero combustible del Palikazo de Muerte, ese sentimiento hondo y amargo que convenientemente espoleado por la imaginación puede convertirse en un luminoso teatro de sombras.

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