jueves, 17 de noviembre de 2011

Final de fiesta



Mientras dure la música, seguiremos bailando. Por eso no quiero que se acabe nunca. Y estoy todo el rato urdiendo en mi cerebro planes para alargar la fiesta lo máximo posible. Pienso en poner canciones, en rellenar los vasos, en recoger ceniceros, en comprar las drogas que hagan falta, con tal de que mis invitados estén a gusto y no echen, de repente, de menos sus casas y se quieran ir, así, de repente, casi sin avisar. Eso sería como una muerte lenta, una muerte agonizante, un goteo de personas y risas imperdonable, algo terrible que nunca ha de suceder. Por eso es tan importante la música, la música es el confetti del alma, es la prueba de que existe un más allá que vive más acá, entre nosotros. Mientras estemos bailando nada malo puede pasarnos, nadie nos podrá dar una mala noticia ni hacernos un mal gesto. Ahora que hemos expulsado de nuestras vidas al chivo expiatorio, ahora que ese malnacido ha salido, por fin, de nuestras vidas, ahora que ha encontrado una pareja de baile perfecta y se ha marchado él solito a disfrutar de la vida, podemos, nosotros, disfrutar de las nuestras y contar los dientes que nos faltan y unirnos de nuevo a la fiesta como si nunca nos hubiéramos marchado. Porque siempre tuvimos intención de volver o incluso la alucinación de haber estado todo el rato, en nuestra huida estaba marcada la vuelta atrás, la recapitulación, la famosa toma de conciencia, verborrea pseudocientífica para expresar que nunca elegimos el camino, que fue el camino quien nos eligió, y ahora aquí estamos, en medio de esta fiesta interminable, pendientes de que no decaiga, de hacer un chiste gracioso en el momento adecuado, de sonreír a las chicas que nos sonríen, de mirar a través de las ventanas imaginarias del pasadizo subterráneo las tristes vidas de los demás como en una película muda. De ser felices y conseguir que esta fiesta no termine nunca.

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